2011/10/03

En memoria de Wangari Maathai: retrato de una heroína africana



La única africana en ganar un Nobel de Paz murió esta semana a los 71 años. La vida de una mujer que fue apresada, violentada y perseguida por defender lo que ella llamaba la justicia ambiental.




Wangari Maathai nació en los días de lluvias de Ihithe, en el centro de Kenia. Fue en su casa, "una cabaña de barro sin electricidad ni agua potable", con la ayuda de una partera y varias mujeres que supervisaron cada detalle de su llegada al mundo. Era la primera hija del matrimonio Njugi Kibicho, que ya tenía dos varones y su nacimiento, tan esperado, merecía aquella atención.
Cuando nací (1° de abril de 1940), la región de Ihithe era todavía exuberante, verde y fértil, y las estaciones tan regulares que no costaba predecir que las interminables lluvias monzónicas comenzarían a descargar a mediados de marzo. En julio todo el mundo sabía que habría tanta niebla que no se alcanzaría a ver más allá de tres metros y que por la mañana haría tanto frío que la hierba aparecería cubierta por una capa de escarcha plateada. En kikuyu, a julio se le conoce como "mworia nyoni" o mes en que los pájaros se vienen abajo, porque los animales se helaban y caían de los árboles. (Fragmento de la autobiografía Con la cabeza bien alta).
En ese paisaje nació Maathai, la primera mujer africana en recibir un Nobel de Paz (2004). La bióloga que puso en la agenda mundial el concepto de la justicia ambiental. La defensora incansable de los derechos de las mujeres, la libertad y el medio ambiente. "La heroína africana". "La personificación del coraje". "La Nobel que sembró 30 millones de árboles en África". Sobre esos tiempos de la niñez hablaba habitualmente en las entrevistas y en las presentaciones públicas: describía las tierras ricas en arbustos, helechos y árboles que solía caminar; relataba el paso de los días en unos extensos campos de maíz, cereales, trigo y hortalizas que siempre lucían frescos; resaltaba que de esos paisajes verdes y fértiles ya quedaba poco, porque el planeta se estaba enfermando, y el clima y el medio ambiente se habían vuelto imprevisibles. "No tenemos otro lugar al que ir. Los que somos testigos de la degradación del medio, y del sufrimiento que de ello se desprende, no nos podemos quedar de brazos cruzados. Si estamos dispuestos a cargar con nuestra responsabilidad, pasemos a la acción. No podemos cansarnos ni rendirnos. Hagámoslo por nosotros y por las generaciones venideras: ¡Levantémonos y caminemos!".
Cuando no estaba en público, sino acompañada de amigos cercanos, en ambientes más familiares, Maathai solía rememorar la figura de su padre, Muta Njugi, un hombre alto, fornido, de voz autoritaria y dominante, casado con cuatro mujeres; y la de su madre Wanjiru Kibicho, delgada, bondadosa y trabajadora, que era su vida misma. Ser la primera hija en una familia kikuyu implica convertirse en la segunda mujer de la casa. Haces lo mismo que hace tu madre y estás todo el tiempo con ella. Es como si tú y ella se convirtieran en una misma persona. Hasta donde me alcanza la memoria, mi madre y yo estuvimos siempre juntas, siempre conversando. Ella fue el sostén de mi existencia. (Autobiografía).
Maathai aprendió a leer y a escribir en un colegio de monjas castigadoras que le prohibían hablar en su lengua —el kikuyu— y que le costeaba uno de sus hermanos. Se graduó. Les agradeció a las religiosas las enseñanzas a pesar del maltrato y casi de inmediato viajó becada a Estados Unidos a estudiar biología. En 1971 se convirtió en la primera mujer de África Central y Oriental en obtener un título de doctorado.
Regresó a Kenia cuando su país ya había sido declarado república independiente (logro obtenido en 1963). Regresó porque así se lo había prometido: regresar para ayudar a las mujeres oprimidas de su país, regresar para empezar una defensa seria y acérrima por el medio ambiente y los derechos humanos, regresar para oponerse a la corrupción. Se convirtió en militante del Consejo Nacional de Mujeres de Kenia (NCWK). Dirigió la Cruz Roja. Y en 1977 fundó el Movimiento del Cinturón Verde (GBM, por sus siglas en inglés) para abanderar desde allí todas sus empresas, especialmente aquella de sembrar árboles y de apoyar a las mujeres más vulneradas.
Cuando recién empezamos a plantar los árboles lo hacíamos como una simple respuesta a las necesidades de las mujeres en áreas rurales. Una de las principales razones que me movieron a ver más allá es que tiendo a analizar las causas de los problemas. Por ejemplo, yo trataba de entender por qué en nuestros días los kenianos no teníamos agua limpia para beber, si yo sí la tuve en mi niñez. La relación entre la población rural, la tierra y los recursos naturales son muy estrechos entre sí. Pero cuando uno tiene un mal gobierno, estos recursos se destruyen: los bosques se deforestan, existe tala indiscriminada y erosión de los suelos. Al profundizar cada vez más exhaustivamente llegué a la conclusión de que todos los problemas se encontraban relacionados con la gobernabilidad, la corrupción y la dictadura. (Entrevista a la revista Motherjones.com).
A partir de este momento vendrían tiempos difíciles para Wangari Maathai, tiempos de opresión y violencia, porque su lucha era contra los gobiernos y las industrias que sobreponían el desarrollo al medio ambiente. Vendrían largas noches en prisión por "revolucionaria", por "revoltosa". Vendría una lucha a muerte contra el régimen autoritario del expresidente keniano Daniel Arap Moi (que gobernó entre 1978 a 2002), el cual pretendía construir un complejo urbanístico en el pulmón verde de Nairobi: el Parque Uhuru. Estas batallas le costaron muchos sufrimientos, muchas lágrimas, muchos golpes de uniformados, que quedaron consignados en unas fotografías que volvieron a circular esta semana, cuando el mundo registró su muerte.
En 2004, siendo secretaria de Estado para el Medio Ambiente (puesto que ocupó entre 2003 y 2005, en el gobierno del actual presidente Mwai Kibaki ) llegó el Nobel. Dicen que estaba trabajando cuando recibió la noticia, que era un día de octubre y que para celebrarlo plantó un árbol, uno más que se sumó a cientos de su autoría. El día en que recibió el premio vestía un traje naranja, amplio, brillante. Tenía un listón en el pelo —siempre llevaba uno— y una sonrisa indestructible —como casi siempre—. "La paz en la Tierra depende de nuestra capacidad para asegurar el medio ambiente. Maathai ha estado al frente de la lucha del desarrollo económico, cultural y ecológicamente viable de Kenia y África", argumentó el Comité Nobel cuando le entregó el reconocimiento.
Ese mismo día protagonizó quizá la escena más polémica de su vida: en una conferencia de prensa, para responder a la pregunta de algún periodista, aseguró que el VIH/Sida era un producto de la ingeniería genética, una arma biológica que había sido liberada en África por investigadores occidentales para despoblar África. El mundo entero le cayó encima. Y ella, abatida, no tardó en matizar su postura. Y no tardaron tampoco los medios en olvidar aquel episodio porque su obra era más poderosa, porque sus logros eran incuestionables.
Con inmensa tristeza, la familia de Wangari Maathai anunció su fallecimiento, ocurrido el 25 de septiembre después de un largo y valiente combate contra el cáncer. Así se enteró el mundo de la muerte de Wangari Maathai el pasado lunes en la madrugada, a los 71 años. En uno de los múltiples homenajes que se han hecho en su nombre, el también Nobel de Paz y africano Desmond Tutu (sacerdote, pacifista) dijo estas palabras: "Wangari Maathai fue una auténtica heroína africana que comprendió el lazo indisoluble entre la pobreza, los derechos y la sostenibilidad ambiental". Este es, quizás, el más fiel resumen de su vida.
El plan de reforestación de Colombia
"Plantar árboles es un acto de paz". Esta fue la filosofía que llevó a la keniana Wangari Maathai a trabajar por el medio ambiente. Este, también, podría ser el motor del actual Gobierno colombiano para impulsar su plan de reforestación. Su objetivo es llegar a un millón de hectáreas sembradas para 2014, teniendo en cuenta que actualmente hay 664 mil hectáreas reforestadas en las últimas dos décadas.
Para sumar esas 336 mil hectáreas que harían falta para llegar a la meta, el Plan de Desarrollo del presidente Juan Manuel Santos establecía inicialmente la siembra de 246 mil hectáreas en todo el país de plantaciones comerciales y 90 mil de plantaciones protectoras; sin embargo, recientemente se amplió esa meta a 190 mil hectáreas más.
¿Cuánto costaría ese proyecto? La reforestación comercial, que es responsabilidad del Ministerio de Agricultura, podría costar unos $800 mil millones, los que aportarían los sectores oficial y privado. La reforestación protectora se estima que valdría $1,3 billones, que también tendría aportes de ambos sectores.

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